viernes, 3 de agosto de 2007

postheadericon Muerte por Inanición (I)

Tras una dura lucha interna acabé aceptando mi destino. La resignación era la única opción posible. Aún así estaba decidida a celebrar mi despedida del mágico mundo del helado por todo lo alto; con una copa gigante en Disney. Pero de nuevo mis planes culinarios se vieron truncados de forma casi macabra:
LE PETIT-DÉJEUNER
Nos levantamos temprano, aún en Normandía. A las 11 habíamos quedado con nuestra guía en Versalles; todo fué muy deprisa, no hubo tiempo para nada: "¡las mujeres y los niños primero! ¡que nadie vuelva a recoger sus pertenencias, no hay tiempo! ¡NO HAY TIEMPO! ¡ya desayunaremos en carretera!"

La ultravelocidad se adueñó de nuestros cuerpos, ella y nosotros éramos uno. Y antes de darnos cuenta ya estábamos en ruta.
No es que la idea de desayunar en carretera fuese una mala idea, lo que pasa es que fue una idea pésima. Paramos en un área de servicio que desde la furgoneta nos pareció perfecta para resolver el papelón del desayuno. Entramos. Sólo había dos sujetos y ambos atendían al grito de:
-"GarÇón!"
-Oui monsieur.
-Nous voulons 14 petit-déjeuners.

Observé maravillada los alimentos que aparecieron en fuentes doradas flotando sobre nuestras cabezas. Debía haber al menos, tres elfos domésticos en la cocina por la abundancia y rapidez con que los víveres se presentaron.
No sabía qué coger, en algunas películas americanas dicen que el desayuno es la comida más importante del día, de manera que la decisión era crucial:

Bollos (azúcar, leche, huevo ¡caramba, pleno de alimentos prohibidos!)
Croissants (azúcar y leche)
Pan con mermelada/mantequilla.
Zumo de naranja envasado (azúcar)
Café
Leche

Al final me decidí por un café solo. Y conseguí persuadir al camarero para que me trajese
-édulcorant s'il vous plaît.
-pardon?
-É-DUL-COGGG-RRRANT
Mi mirada de loca-de-la-colina hizo el resto y el pareció comprender.

Pero nada pasa desapercibido a la atenta mirada de mami. Ella ya se había dado cuenta de que su pequeña no podía comer nada y con su sensibilidad de madre me pidió un bocadillo de "jambon... JAM-BON".
El bocadillo no tardó mucho en llegar pero para entonces varios de mis primos y tíos habían cruzado la barrera del sonido al masticar sus desayunos (que a estas alturas no sólo habían sido engullidos sino también digeridos) y de nuevo nos precipitamos al interior de los vehículos.
Pasaron cinco minutos de adaptación al nuevo entorno y una vez superada esta fase rescaté el bocadillo del bolso de mi madre. Después de haber estado viendo comer a todos yo también tenía hambre, de manera que le dí un mordisco del tamaño de África. No estaba mal, fue al segundo bocado cuando descubrí que el toque especial se lo daba la mantequilla.

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