martes, 15 de mayo de 2007

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Me visto, me calzo y salgo a la calle. Camino bajo el sol (¡madre, qué calor!) planeando mi próxima fechoría: el cuerpo me pide un bis.
Derepente, un olor dulce que no te deja respirar, las chuches se están achicharrando. De nuevo he vuelto al chino.
Cojo exactamente lo mismo del otro día.

-Tiles cincuenta.
-¿Cómo?
-Tiles cincuenta.
-¿QUÉ? (no he debido entenderlo bien)
-Tles cincuenta.

Salgo y me aseguro de que es el mismo establecimiento de la otra vez. Lo es.
Entro y me aseguro de que es el mismo individuo de la otra vez. Lo es.

¿Qué le ocurre? ¡descarado! ¿somos para los chinos todas las occidentales iguales o les trae al fresco engañarnos sin ningún disimulo? ¿acaso les pasa a los precios de los chinos lo mismo que a sus caras y se hinchan con el calor?

(Si el precio real de lo que compro es este y no el del otro día exijo que este despilfarrador me cobre los veinte céntimos que adeudo).

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